Mucho antes de la creación de la calculadora, durante el comienzo de la actual historia escrita, el ser humano se vio en la necesidad de llevar un control sobre sus posesiones terrenales, desde las piezas de caza hasta las frutas recolectadas. Había nacido así, de un modo improvisado, la contabilidad.
Al comienzo, las tribus y naciones primitivas podían llevar cifras en múltiplos de veinte, debido a que veinte era la cantidad máxima de dedos (tanto de sus manos como de sus pies) con los que podía llevar una cuenta sin perderse. Esto, obviamente, constituía una limitante grave cuando las tribus crecieron.
La prehistoria de la calculadora
No fue sino hasta la llegada del siglo VI antes de Cristo que emergió en la China el primer prototipo de la calculadora moderna mediante un sencillo cuadro de madera con barras paralelas por las que podían correr unas esferas móviles: el ábaco. Ideado con una eficiente simplicidad, el ábaco amplió en cientos de miles de veces la capacidad de contabilizar del ser humano permitiendo por primera vez, no solo sumar y restar, sino también dividir y multiplicar y así poder llevar registros detallados en papiros y pergaminos. Había nacido la aritmética contable.
En los albores de la Revolución Industrial aparecen los primeros prototipos de la calculadora automática destacándose en 1642 el “Reloj Calculador” ideado por Wilhelm Schickard. Pero sin duda la invención que marcaría un antes y después fue la calculadora mecánica del filósofo e inventor francés Pascal, denominada en su honor Pascalina. Era tan avanzada, mecánicamente hablando, que se asemejaba a los primeros modelos del siglo XX.
Durante el siglo XIX se inventaron las calculadoras antiguas más avanzadas de todas en cuanto a cálculos sencillos y a la dinámica de la aritmética básica, como por ejemplo la Calculadora de Rueda Dentada inventada por Frank Baldwin. Para finales de 1879 aparece la “Calculadora Verea”, desarrollada por el español Ramón Verea, que era capaz de resolver multiplicaciones de hasta 16 dígitos en “apenas” 20 segundos.
Todos estos modelos cumplían el propósito básico de realizar grandes cálculos matemáticos en un tiempo razonablemente corto, pero las grandes dimensiones de los aparatos, el enorme peso de los mismos y su precio prohibitivo para la inmensa mayoría de la población, eran obstáculos graves para lograr su maximización en el mercado, haciéndolas muy exclusivas.
El inicio de la calculadora moderna
La llegada del siglo XX trae consigo innovaciones muy importantes, no solo en la reducción del tamaño, peso y precio de los aparatos, sino en la modernización para calcular cifras mucho más grandes y complicadas, ideales para los grandes mercados, bancos y centros financieros.
En 1914 aparece la Máquina Sumadora de Dalton que presentaba una innovación inaudita hasta la fecha: una máquina sencilla con apenas diez teclas, convirtiéndola de inmediato en el modelo ideal para la contabilidad de casi todas las empresas de Estados Unidos y Europa para ese momento.
1948 es un año importante al darse el primer gran avance hacia la futura calculadora de bolsillo con la aparición del modelo Curta. Operada mediante una manivela y con un diseño eficiente y eficaz, la “Calculadora Miniatura Curta” no solo hacía operaciones de aritmética básica, sino que podía calcular la raíz cuadrada, cálculo algebraico y manejar más de 20 dígitos.
Para la década de los sesenta la calculadora mecánica era un estándar en cualquier centro contable o administrativo. Friden o Monroe eran los fabricantes que dominaban el mercado ofreciendo grandes aparatos con su propio motor y con un teclado numérico que hacía posible, por primera vez, cálculos de varios dígitos de manera simultánea.
La revolución de la calculadora electrónica
Con el desarrollo del chip y de la miniaturización de los transistores, la modernización de la calculadora da un salto dramático al aparecer las que serían consideradas las precursoras de las calculadoras de bolsillo: la Sanyo Mini Calculator y la Canon Pocketronic. Aunque todavía eran pesadas, ambas se alimentaban con baterías sin necesidad de conexión eléctrica externa.
A inicios de los años setenta las empresas fabricantes Sanyo y Canon unen esfuerzo para reducir, aún más, el tamaño de la calculadora y aumentar la capacidad de cálculo superando a la Pocketronic. La compañía Sharp hace un avance fenomenal al presentar el modelo Facit 1111 que estaba muy cerca de ser una verdadera calculadora de bolsillo, sin embargo el precio seguía siendo prohibitivo al rondar los $ 400.
En agosto de 1973 aparece la que sin duda es considerada la primera calculadora de bolsillo ideal para la comercialización masiva gracias a su bajo coste: la Sinclair Cambridge. Este modelo se popularizó rápidamente en Inglaterra al costar menos de 30 libras, pero para lograrlo sacrificaron calidad al dar continuamente fallos en los cálculos más básicos.
Mientras en Europa la Sinclair generaba euforia, en Estados Unidos se da un avance de grandes proporciones al hacer su aparición la HP-35. Diseñada por Hewlett Packard, la HP-35 es una calculadora que revolucionó el mercado al permitir por primera vez funciones científicas, pero el precio, si bien era más económica que la Facit 1111, continuaba representando un obstáculo.
A mediados de los años setenta la aún primitiva tecnología LED y los primeros modelos de cristal líquido eran demasiado caros para comercializarse, pero permitieron generar avances de investigación que ayudó a reducir, tanto en tamaño como en precio, los modelos de calculadora.
Ya para 1976 el obstáculo económico se derrumba al hacer aparición los primeros modelos económicos que costaban menos de $ 10 en lo que se denominó “la guerra de precios”, haciendo que muchas compañías salieran del mercado quedando solo las que conocemos hoy en día.
Para el año 1987 los componentes electrónicos permiten reducir el tamaño de los aparatos y ampliar, hasta límites insospechados, la velocidad de cálculo de las calculadoras de bolsillo, haciéndolas asequibles en el mercado escolar y científico.
La llegada de la calculadora digital
Con la masificación de las PCs y la llegada de Windows 95, la calculadora sufre una dramática transformación al integrar no solo cálculos matemáticos, sino también derivar e integrar funciones científicas, procesamiento de texto e inclusive su exportación en forma de archivos a otros dispositivos. Había nacido la precursora de las modernas tabletas: la Palm Pilot.
La revolución digital y la miniaturización de los chips de silicio acelero, aún más, la velocidad de cómputo, haciendo posible que cualquier dispositivo electrónico pudiera poseer su propia calculadora, desde relojes digitales hasta los teléfonos móviles.
Para finales de la década de los noventa las más avanzadas calculadoras científicas estaban al alcance económico de cualquiera y su velocidad de cálculo era prácticamente infinita al permitir cualquier proceso de matemática pura e incluso, en algunos casos, de física cuántica. El siglo XXI consolida el avance de la calculadora al fusionarla en dispositivos multitask integrales como por ejemplo las tabletas táctiles, las consolas de videojuegos en línea y los modernos smartphones.
Actualmente es tal su penetración en los dispositivos de la vida diaria y su uso tan cotidiano en cualquier objeto digital que la calculadora de bolsillo tradicional ha pasado a ser un objeto de decoración o de colección como lo son, por ejemplo, los teléfonos caseros de disco, las máquinas de escribir, los casetes de música o los televisores catódicos en blanco y negro.